Varias notas caracterizan al actual gobierno federal. Una es su inclinación hacia la mentira; la firma de comunicación política SPIN le ha contado al presidente hasta 80 mentiras diarias en sus conferencias mañaneras. Otra es su propensión por dividir a la sociedad mediante un discurso de odio y el ataque directo a sus detractores. Otra más es su afán por la militarización del quehacer gubernamental. Una más es su tufo autoritario, su tendencia a concentrar el poder y debilitar a las instituciones, y a la democracia. Pero poco se ha hablado de una característica adicional que, como las anteriores, también puede resultar sumamente nociva para el futuro de México que es su disposición al dispendio de los recursos públicos.
Por un lado están los programas sociales como la Pensión para el Bienestar para adultos mayores, que para 2023 repartirá 335 mil millones de pesos, casi 100 mil más que en este 2022; o Sembrando Vida que ascenderá a 37 mil millones, es decir, 7 mil millones más que en 2022; o la Pensión para el Bienestar para personas con discapacidad, que contará con 23 mil millones, esto es 6 mil millones más que este año; o bien Sembrando Vida que pasa de 7 mil a 37 mil millones de pesos con lo que su presupuesto se quintuplica. Y el problema no son los programas en sí, de hecho, podrían ser muy buenos si fuesen transparentes y sobre todo eficientemente aplicados y evaluados, pero todos son sumamente opacos, no hay padrones, ni indicadores, ni nada; todo indica que se distribuyen de manera clientelar, con sesgo político-electoral.
Pero por otra parte están las ingentes cantidades de dinero que se desperdician en las obras faraónicas insignia del obradorismo como el AIFA, la refinería de Dos Bocas y el Tren Maya, que se han convertido en verdaderos barriles sin fondo. Y cuando digo que son obras faraónicas me refiero precisamente a que son -tal como las pirámides egipcias-, enormes, pero inútiles.
Al Aeropuerto, cuya construcción se suponía que costaría 75 mil millones de pesos (sin contar por supuesto la cancelación del NAIM, que implicó echar a la basura más de 113 mil millones), ya se le han aplicado 116 mil millones, un 55% más de lo presupuestado, y lo peor es que sigue teniendo pocos vuelos, lo que ha llevado al gobierno a subsidiar el proyecto, y a presionar a las aerolíneas para que se instalen ahí. Y en cuanto a vuelos internacionales hay que decir que el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles es como la Serie Mundial de Béisbol, de “internacional” no tiene nada. Para inaugurarlo se hizo un acuerdo con el gobierno venezolano para que una aerolínea de ese país realizase un vuelo cada quince días entre la Ciudad de México y Caracas, y así justificar su carácter de “internacional”, pero solo hubo un vuelo, el inaugural, y no parece que vaya a haber más vuelos internacionales hasta en tanto México no recupere su calificación de seguridad aérea.
Y el Tren Maya, más allá del ecocidio que implica, es una obra que iba a costar 120 mil millones de pesos, y que ahora costará entre 300 y 400 mil millones, lo que significa un sobrecosto de entre el 150% y el 233%. Eso es tanto dinero, que alcanzaría para dar a Estados y Municipios hasta 50 veces más apoyo para la seguridad pública, de lo que reciben ahora.
¿Y de dónde ha salido el dinero? De los impuestos y de los ahorros de las y los mexicanos, claro. Por ejemplo, de los 109 fideicomisos cancelados en los que se guardaba dinero para cuestiones prioritarias o imprevistas, o del Fondo de Estabilización, que a mediados de 2019 contaba con 300 mil millones de pesos, y hoy solo contiene 25 mil millones (una caída de más del 90%), entre otros.
Y como ya casi se acaban el dinero, ahora se endeudarán con 1.2 billones de pesos, lo que equivale a algo así como 25 años del presupuesto total de la UNAM. Con esta decisión, nuestras irresponsables y presupuestófagas autoridades llevarán la deuda pública a prácticamente el 50% del PIB.