El mundo está perdiendo la batalla contra la desigualdad: En los últimos tres años, millones de personas han sido arrastradas a la pobreza extrema; empleos y empresas han sido destruidas y la discriminación contra mujeres y migrantes se está intensificando.
Este es el panorama que al menos visualiza la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que estima que un 10% más rico de la población mundial se lleva actualmente 52% de los ingresos globales, mientras que la mitad más pobre apenas obtiene 7% de los mismos.
Aunque la desigualdad en México es menor que a nivel mundial, tampoco tenemos cifras para presumir, pues de acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares de Inegi, 10% de la población más rica concentra 33% de los ingresos, mientras que la mitad más pobre solo obtiene 22%. En contraste, el 10% más rico en países como Uruguay solo gana 30% del ingreso, en Australia 27%, en Canadá 25%, en Corea del Sur 24%, en Suecia 23% y en Noruega 22%.
Algunos países como México aún se están recuperando de ella, mientras el mundo se enfrenta a otras crisis.
Por ello, señala el organismo, crecieron las desigualdades en materia de ingresos, empleo y derechos y también se está ampliando la discriminación y hostilidad hacia las mujeres, los migrantes y los refugiados. La participación de las mujeres en los ingresos totales producto del trabajo es inferior al 35%, lo que apenas representa un aumento del 5% respecto a 1990, destaca.
Al mismo tiempo, resalta la OIT, 214 millones de trabajadores viven en la pobreza extrema, con menos de 1.90 dólares al día (37 pesos), y el número de trabajadores pobres está aumentando en los países en desarrollo.
Adicionalmente, advierte que persisten las grandes brechas de género en el empleo, el desempleo, la remuneración y las pensiones.
Por otra parte, 290 millones de jóvenes en todo el mundo no reciben educación, empleo o formación, mientras que 2 mil millones de personas trabajan en la economía informal, estima.
Por si eso no fuera suficiente, continúa el organismo, la subida de los precios del trigo y el petróleo en otoño de 2021, acentuada por la guerra en Ucrania, agravó la inseguridad alimentaria y esto sigue erosionando el poder adquisitivo de los trabajadores, especialmente de los que reciben menores ingresos, alimentando disturbios sociales y huelgas.
Sin duda, la pandemia confirmó que los altos niveles de desigualdad debilitan la capacidad de resistencia de las personas y las empresas frente a las crisis.
Finalmente la OIT describe la desigualdad como un fenómeno multidimensional, específico de cada país y de cada época y subraya que ninguna actuación política individual ni ningún actor aislado conseguirán resolver el problema.
Esto último es un apunte importante, porque en México en lugar de convocarse a la sociedad civil a una alianza para dar una lucha frontal contra la pobreza y la desigualdad, se prefiere alimentar la polarización.
Además, el mismo presidente lo ha dicho, los programas sociales no tienen como fin acabar con la pobreza, sino que más bien son una estrategia política para que los pobres defiendan al régimen actual y la supuesta transformación que encabeza.
De seguir en esta misma ruta, solo hallaremos más pobreza y desigualdad.