No hay control de daños posible frente a lo que el presidente hizo en su conferencia mañanera viernes 11 de febrero.
Andrés Manuel López Obrador rebasó un límite que ningún presidente en la era reciente de México se había atrevido.
Y no, no eran unos santos. Morían, desaparecían o encarcelaban periodistas y activistas críticos de los gobiernos.
Pero en parte la gravedad del asunto radica en que es el primer mandatario en la era post revolucionaria de México, quizá a excepción de Lázaro Cárdenas, que goza de una amplia credibilidad y tiene cientos de miles o millones de seguidores que más allá de creerle, le tienen fe. Y contra eso hay poco qué hacer.
Por más que tuiteen, por más desplegados que firmen, por más porquería que le echen a Loret, esto rebasa al propio periodista y quizá al mismo Presidente.
La tímida y escueta carta publicada por el hijo del presidente no abona en nada, no sirve un carajo porque para empezar no demuestra que el reportaje de Latinus sea falso.
Lo que sí demuestra es que el señor defiende su derecho a la privacidad…O sea el mismo derecho que tiene Loret pues.
Habría servido si el capítulo del viernes no se hubiera dado, pero sí.
En vez de reconocer que se pasó de la raya, AMLO sigue adelante, no admite error alguno, no envía la más mínima señal que indique que un exceso de esos no se repetirá.
Los altos niveles de credibilidad de los que aún goza el Presidente son los que elevan el riesgo al que con sus palabras expone a cualquier persona cuando los exhibe, incluso sin pruebas, en su foro mañanero.
Tampoco se trata de la absurda comparación de que le caben más personas al Zócalo de la Ciudad de México que los que se reunieron en el Space del mismo viernes por la noche.
Vaya, no se trata siquiera de que la masa lo entienda, aunque le quede claro que algo no anda bien.
Gran parte de la población no tendrá conciencia del alcance de las palabras presidenciales.
El que sí debería tenerla es AMLO y su equipo cercano, su primera línea, los políticos que le rodean y que le sacan la chamba en las dependencias de gobierno y en el Congreso de la Unión.
Ojo: pero como esta es también una lucha por el poder en que unos se quieren mantener y otros buscan cómo regresar, se opta por hacer justamente lo que estamos viendo.
Particularmente en ese aspecto, en el de la lucha de grupos, no hay a quien irle. Porque aunque los actuales no han quedado nada bien, los anteriores tampoco.
Por eso yo explicaría la reacción desde la óptica de una lucha de fuerzas políticas en donde según la perspectiva de la 4T, el exceso cometido el viernes por López Obrador es lo de menos.
Pero es corta esa forma de verlo, porque México no es un país marginal, una república bananera en donde suceda cualquier barbaridad y nadie se dé cuenta.
Es en cambio una economía importante a nivel global, tenemos un tratado comercial vigente firmado con Estados Unidos y Canadá, que obliga a los tres gobiernos firmantes a una serie de compromisos que van desde buenas prácticas para la competencia económica, hasta el respeto e impulso a las libertades ganadas no en este sexenio, sino en los anteriores, al menos desde el de Ernesto Zedillo.
Entonces, lo del viernes no es un asunto doméstico que se vaya a resolver en la próxima reunión de la directiva ejidal, ni en votación económica.
La señal enviada, junto con el arrebato contra España, preocupan incluso al ala moderadora de Morena, que aunque en este momento no se haga escuchar, en cualquier momento alzará su voz.
El reto de Morena es sobrevivir a López Obrador.
“Represento un movimiento de transformación para acabar con las justicias de este país y hay que defenderlo de quienes se han beneficiado con el clasismo, con el saqueo”.