Apenas el miércoles pasado, el Senado aprobó un dictamen por el cual ratificó los nombramientos de 302 coroneles y generales del Ejército y Fuerza Aérea mexicanos.
De esos 302 nombramientos, 39 ya eran generales a los que se les asciende dentro de esa misma categoría, es decir, hay generales brigadier que ascienden a generales de brigada, generales de brigada que ascienden a generales de división; pero, por otra parte, tenemos a 76 nuevos generales y a 187 nuevos coroneles.
La cantidad de nuevos generales y coroneles no es menor si se compara con los ya previamente existentes. El dato más reciente con el que cuento, que, en virtud de la tradicional opacidad con la que se conduce el Ejército data ya de hace cinco años, revela que nuestras fuerzas armadas cuentan con 541 generales. 481 de ellos son del Ejército propiamente dicho, en tanto que 60 pertenecen a la Fuerza Aérea. De los 481 del Ejército, 38 son generales de división, el más alto grado en la jerarquía militar, 154 son de brigada y 289 brigadier. Mientras que, de los 60 pertenecientes a la Fuerza Aérea, 7 son de división, 21 de ala, y 32 de grupo. Adicionalmente hay 873 coroneles en ambas corporaciones castrenses.
En este sentido 76 nuevos generales, para un grupo que originalmente estaba constituido por 541, significa un incremento del 14% en el número de los más altos mandos militares. Un porcentaje similar de crecimiento es el que vemos también en cuanto a coroneles.
Cabe mencionar que, de los 302 ascensos aprobados, solo 12 recayeron en mujeres, y que adicionalmente se aprobó un dictamen con 87 ascensos en diversos mandos de la Marina Armada de México.
Estos nuevos nombramientos llaman la atención porque no obstante que representan una decisión sumamente transcendente para la vida pública de México, cada vez más militarizada, pasó por el Senado de la República por la vía rápida (tipo fast track) y en medio de una preocupante opacidad.
El dictamen fue presentado por la Comisión de la Defensa Nacional sin dar cuenta ni haber tenido a la vista información de lo más elemental para evaluar si las personas propuestas tenían los méritos necesarios para tales ascensos. A diferencia de lo que ocurre con la ratificación de cónsules y embajadores, por ejemplo, en que el Senado recibe carpetas muy completas de información sobre cada perfil, les entrevistan personalmente, y les piden presentar ensayos y planes de trabajo, en el caso de los ascensos militares ni con una fichita curricular contaron para saber de quiénes se estaba hablando.
Así, el Senado aprueba los nombramientos sin saber a quiénes les está otorgando dichos nombramientos más allá del mero nombre de las personas. No sabe, por ejemplo, si alguna de ellas ha sido acusada por violación de derechos humanos o ha sido ocasión de alguna recomendación al respecto por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, o si ha sido acusada de algún delito o falta cualquiera, tampoco sabe si ha sido disciplinada en el ejercicio de su función o si tiene méritos académicos u operativos, o si ha tenido éxito o fracaso en las encomiendas que ha recibido ni cuáles son esas encomiendas. No sabe prácticamente nada.
Tampoco hay un análisis ni siquiera somero, acerca de la necesidad de contar con más generales y coroneles. Sabemos, por ejemplo, que mientras México tiene 541 generales (y ahora 617) para un Ejército de 333 mil efectivos, en Estados Unidos hay solo 615 generales para un ejército de 845 mil efectivos, y en China tienen apenas 191 generales para un ejército de 2.2 millones de efectivos. Con estos datos, parece que nuestras fuerzas armadas padecen alguna suerte de macrocefalia que cada vez va empeorando más y más.
La oprobiosa decisión del Senado -que hizo de mera oficialía de partes-, no prestigia a esa representación popular, pero tampoco al propio Ejército. Ya es hora de que el Ejército rinda cuentas ante el poder civil como cualquier otra institución del Estado mexicano, máxime cuando su incursión en la administración pública cubre cada vez más aspectos.
La preocupación que me queda, es que se trate de una estrategia para crear una nueva élite militar, que sustituya a la anterior, y que, con intereses parciales, se instale en la cúspide del poder militar para desde ahí favorecer y apuntalar el proyecto político de la mal llamada cuarta transformación. Sería gravísimo.