La pandemia de Covid-19 tuvo un impacto devastador en todo el mundo, no solo desde el punto de vista de la salud física, sino también en el bienestar mental de las personas.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la propagación del virus y las medidas de contención generaron un aumento significativo de las enfermedades mentales.
El distanciamiento social, las cuarentenas y el confinamiento llevaron a un aumento en el aislamiento social y la soledad.
Adicionalmente, la incertidumbre sobre la propagación del virus, las preocupaciones por la salud personal y de los seres queridos, el temor a perder empleos y la inestabilidad económica, provocaron altos niveles de estrés y sentimientos de tristeza, ansiedad y depresión.
En su informe “Una nueva agenda para la salud mental en la Región de las Américas”, la OPS advierte que antes de que comenzara la pandemia, los problemas de salud mental en la región ya estaban empeorando, con un aumento de la tasa de suicidio del 17% entre 2000 y 2019.
Esto se debe, señala, a la falta de atención sostenida y los obstáculos para el acceso a los servicios relacionados con enfermedades mentales.
Ya en la pandemia, recalca, en las Américas más del 80% de las personas con una enfermedad metal grave, incluida la psicosis, no recibieron tratamiento.
Por otra parte, la organización señala que la atención existente en los países de la región, entre ellos México, está basada en el encierro y la hospitalización de larga duración, en vez del apoyo comunitario.
Añadió que hay también escasez de personal sanitario capacitado y un acceso reducido a los servicios para las personas que viven en situación de vulnerabilidad.
En este contexto, la OPS instó a los Gobiernos de la región a garantizar que la salud mental ocupe un lugar prioritario en su agenda y se integre en todos los sectores.
Se ha observado el aumento del número de suicidios entre personas mayores a causa de la depresión, pero también entre los jóvenes, subraya el Informe, ante la falta de perspectivas y la desigualdad en toda la región.
Para afrontar el problema, el documento recomienda a los países del continente la creación de alianzas estratégicas a nivel nacional y supranacional, y la inclusión de la salud mental en las políticas de gobierno.
También pide promover la estabilidad emocional a lo largo de toda la vida y prevenir el suicidio, crear políticas para garantizar la salud mental de los jóvenes, hacer frente a la desigualdad de género y a las consecuencias que tiene la violencia intrafamiliar.
Enfatiza la necesidad de destinar al menos el 5% del presupuesto de salud exclusivamente en políticas que tengan que ver con la protección y fomento de la sanidad mental.
En definitiva, si se ofrecen servicios de salud mental accesibles y de alta calidad, la sociedad en general disfrutará de excelentes beneficios: personas más sanas y con mayores recursos para afrontar las dificultades, mejor gestión de las emociones y extraordinarias capacidades para crear entornos profesionales, familiares y personales más armónicos.
Además, invertir en la estabilidad emocional de las personas tiene grandes beneficios económicos, asegura la OPS, ya que por cada dólar que se invierte en combatir la depresión y la ansiedad, se obtienen 4 dólares en mejor salud y mayor capacidad de trabajo.
En conclusión, es fundamental que los gobiernos prioricen la atención y el apoyo psicológico, invirtiendo en recursos y programas que aborden las necesidades emocionales de las personas.
Solo a través de un enfoque integral y compasivo podremos enfrentar los desafíos que implica la salud mental y trabajar hacia la recuperación y el bienestar colectivo que perturbó la pandemia.