Mucho revuelo hubo desde que la FIFA tomó la decisión, hace doce años, de llevar a cabo la Copa Mundial de Futbol en Qatar, un país caracterizado por violentar sistemáticamente los derechos humanos de las mujeres.
Desde entonces, se señaló a la directiva de la FIFA de permitir y hasta incentivar la normalización de esa violencia sistemática de género al llevar a esa nación el más importante evento deportivo del mundo, y hacer como si no pasase nada.
También se les cuestionó por la probable venta de esa decisión. No sería la primera vez que la FIFA haya estado en el ojo del huracán señalada por corrupción. Lo mismo se dijo, por ejemplo, cuando se supo que algunos de sus más altos funcionarios habían recibido bonos de petroleras rusas después de asignar a este país el mundial anterior. Hasta una investigación y persecución judicial emprendió contra ellos Estados Unidos.
Pero el tema empeoró las semanas previas al arranque del magno evento y durante sus primeros días de realización, en la medida que se ha venido ventilando que también los derechos humanos de miles de trabajadores de la construcción fueron más que pisoteados en el contexto de la construcción de los estadios de futbol. Magníficos edificios eso sí, dignos precisamente de jeques árabes. Pero se sabe ahora, por ejemplo, que más de 6 mil trabajadores murieron por accidentes diversos en esos procesos de construcción durante los 10 años que duraron las obras. La cifra es verdaderamente escandalosa; significa que estas personas no contaban con las más mínimas medidas de seguridad en el trabajo, y, además, se sabe también que, quienes no fallecieron, fueron tratados prácticamente como esclavos durante años, todo para que gente como usted o como yo veamos placenteramente unos partidos de pelota por televisión.
Para colmo, la FIFA ha pedido a las selecciones nacionales de diversos países, y hasta las ha amenazado con sanciones, si realizan algún tipo de expresión política durante los partidos, y muy en especial, a las selecciones europeas que suelen poner un logo de “One Love”, en el brazalete del capitán, en apoyo a la comunidad LGBT+. Es por esta razón que la selección de Alemania posó tapándose la boca, en alusión a que habían sido censurados, y la de Dinamarca amedrenta con retirarse de la justa deportiva.
Por todo esto, mucha gente piensa que el mundial no debió celebrarse en un país como ese, pero yo creo todo lo contrario. Me explico.
Un país como Qatar, no forma parte de los que integramos la llamada cultura occidental, en ese sentido, poco o nada saben de sus tres pilares: la filosofía clásica griega, el derecho romano y el cristianismo; y son precisamente estos pilares los que dieron vida a la teoría de los derechos humanos. Así, la idea de la dignidad humana, de los derechos naturales y de la igualdad y la libertad individual les resultan conceptos completamente ajenos.
En ese sentido, en vez de reclamar a las y los artistas que han aceptado presentarse en la inauguración y clausura del mundial, deberíamos agradecerles que colaboren en la -permítanme decirlo así-, occidentalización de Qatar.
Por cierto, si se les reclama a los artistas por asistir al evento, en congruencia también se les debería reclamar a los propios futbolistas por ir a jugar ahí, y a los periodistas por cubrir la ocasión… Pero no, yo creo -insisto- que hacen bien en estar allá, incluidas las personas que van de turismo, porque se ve a todas luces el impacto positivo que en materia de derechos y libertades están dejando en ese apartado lugar del mundo.
Creo -y deseo- que el impacto que ese país reciba por parte del mundo libre sea determinante en su futuro próximo. Y no dudo que ese impacto le lleve a reformar muchos aspectos de su vida pública y privada a favor de los derechos y las libertades.
De haber hecho lo contrario, es decir, de haberles negado la sede del mundial argumentando la mala situación de los derechos humanos en su país, de haberles marginado y señalado con el dedo flamígero de nuestra cultura occidental sin entender que pueden vivir un proceso de descubrimiento de la dignidad humana como ha venido ocurriendo en Occidente, solo habría sido ocasión de mayor rezago y ralentización de ese inevitable proceso civilizatorio.
Así que por lo que a mí respecta, disfrutaré viendo el mundial, en la esperanza también, de que sea detonante de un mejor porvenir de derechos en ese país.