Marcos Pérez Esquer
Muy famosa fue en los años 90´s la jugada aquella del futbolista Cuauhtémoc Blanco en la que atrapaba el balón con ambos pies para, dado un pequeño brinco, driblar al adversario.
Tan novedosa y llamativa resultaba esa forma de burlar al oponente, que fue apodada como “La Cuauhtemilla”.
Pues bien, tal parece que el exfutbolista, exgobernador de Morelos y ahora diputado federal por Morena, sigue dominando bien ese tipo de jugarretas, salvo que ahora la cancha es la Cámara de Diputados, el equipo rival es el de la Fiscalía del Estado de Morelos, la falta es la tentativa de violación, a quien burla es a su media hermana y posible víctima, y el árbitro es Morena, pero eso sí, el asunto igual se sigue manejando con las patas.
Me refiero, desde luego, a la manera en la que este señor fue arropado por el oficialismo morenista para garantizarle impunidad frente a tan grave acusación como lo es una tentativa de violación.
La escena fue de pena ajena; un numeroso grupo de mujeres morenistas lo escoltaron en la máxima tribuna al grito de “no estás solo”.
Una imagen que pasará la historia política de México como una de las mas grandes infamias contra los derechos de las mujeres.
No solo se desdeñaba la denuncia de la víctima, sino que se presionaba a las féminas del oficialismo para que defendieran al inculpado.
Qué rápido quedó desechado aquello que en su toma de protesta habría dicho Claudia Sheinbaum de que con ella “llegaron todas”.
Hoy queda clarísimo que, en realidad, no llegaron todas, y tal parece que incluso ni siquiera Sheinbaum ha llegado aún.
El patriarcado -ese que muchos dicen que no existe-, operó a su máxima potencia esta semana para salvar al susodicho.
Con Sheinbaum o sin Sheinbaum el pacto sigue intacto.
Conste que aquí no estamos diciendo que Cuauhtémoc Blanco sea culpable de la tentativa de violación de que lo acusa su media hermana, no; acá lo que sostenemos es que un asunto tan delicado debería, al menos, ser suficientemente investigado y puesto ante un juez penal para que se deslinden las responsabilidades, si las hubiere, y en su caso, se apliquen las sanciones correspondientes.
El proceso de desafuero no prejuzga respecto del fondo del asunto, tan solo retira el fuero constitucional para que el ministerio público pueda proceder penalmente.
Por eso, el nombre técnico del proceso de desafuero es “juicio de procedencia”. Es solo para poder proceder.
Ya será el juez quien decida si es culpable o no. Pero en este particular, tan elemental justicia no tendrá lugar, porque la mayoría morenista en San Lázaro decidió mantener intacto el fuero del indiciado, garantizándole impunidad.
Qué lejos quedó aquello de que en este tipo de casos “hay que creerle a la víctima”. Acá el oficialismo le creyó al exseleccionado nacional, al “Ídolo del pueblo”… al político.
Pero el manto de la impunidad no se tejió solamente con la votación en la Cámara de Diputados, sino que, el mismísimo día que el fiscal de Morelos presentó la solicitud de desafuero, el Congreso del Estado, también de mayoría morenista, operó su destitución inmediata.
Después de ello, ya con un nuevo fiscal a modo, cuando la Sección Instructora de la Cámara de Diputados hacía requerimientos a la fiscalía para solventar dudas o lagunas del expediente, esta simplemente no respondía, con lo cual, le daba a los diputados de la Sección Instructora el pretexto legal perfecto para desechar el desafuero.
Fue pues, toda una operación de Estado, para proteger al correligionario, al compañero de movimiento, al camarada Blanco, dejando en total desamparo a la víctima, a la mujer, y con ella, a todas.