Epidemia desenmascara amores narcisistas

Por Jesús Salvador Guirado López

En los últimos tiempos, los estándares del término “amor” son más bajos. El conjunto de experiencias definidas con el concepto amor se han ampliado enormemente. Relaciones de una noche son descritas por medio de la expresión  “hacer el amor”.

Un encuentro fugaz y estricta atracción física es denominado “amor” a sabiendas de que tiene inminente fecha de caducidad. La frase “hasta que la muerte nos separe” al parecer ha pasado de moda. Es un efecto de la sociedad líquida o consumista, diría el eminente sociólogo alemán Zigmunt Bauman, en donde no se habla de “relaciones” si no de “conexiones”.

En nuestra era cibernética la frase “te amo” es un cliché de rutina entre “los conectados”. Es un vocablo vacío a distancia de años luz de la esencia del concepto amor definido por Sigmund Freud en su gran obra “Introducción al Narcisismo” como “amor objetal” única forma de amor puro para el famoso psicoanalista por tratarse del equivalente al sentimiento de una madre por su hijo. Y que en casos excepcionales puede ser alcanzado por alguna pareja amorosa, en las cuales una de ellas pudiera dar la vida sin dudarlo por la otra. Pero es una figura tanta rara que hasta parece hoy una ficción borgiana.

Cuando, entre los enamorados se dicen: ¡Te amo!. Cada uno de ellos otorga a dicha declaración su propio significado. Nunca el “te amo” de uno de los involucrados, tendrá el mismo significado del otro.

A partir de ahí, emerge el malentendido en las relaciones amorosas. Cada uno de los enamorados otorga una significación distinta al concepto. De tal manera, que los distintos sentidos que para cada uno tiene la palabra amor, es motivo de la decepción que siempre habrá entre estos semejantes.

La relación amorosa narcisista es egoísta. Es negociable. “Si tú me amas yo te amaré”, reclaman los “amorosos”. Es un amor condicionado. Es reconocido por Sigmund Freud como “amor narcisista”.

“Te ofrezco mi amor a cambio del tuyo”. En esta forma de relación un sujeto queda enamorado de su pareja, porque esta gratifica al primero de alguna necesidad que emerge desde sus entrañas.

Es un enamoramiento de algo que el sujeto enamorado no tiene y el otro sí, como el dinero, la fama, la belleza, el sexo, la inteligencia, la valentía, la ternura, la generosidad. Desde luego que a pesar de tratarse de una manifestación desde el “yo”, el rasgo añorado es posible esté resguardado en el inconsciente de cada uno. Pero en el momento que el otro carece o pierde el rasgo del deseo del enamorado egoísta se convierte en objeto de repulsión de este. Entonces la relación se torna  insoportable.

Es el modo más común de las relaciones amorosas en la actualidad. Es definitivo que el cuasi extinguido contrato de matrimonio obliga formalmente a las parejas a permanecer unidas por un tiempo indeterminado utilizando como pretexto reconocido como valido mantener el status social o evitar la afectación a los hijos engendrados.

En el verdadero amor hay involucrados dos seres, donde cada uno de ellos es la incógnita de la ecuación del otro. Eso hace parecer al amor un capricho del destino. Se genera un inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o conjurar, de apresurar o detener. Entonces podemos decir que amar significa abrirle la puerta al destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse.

En la “República” de Platón, en el libro el Simposio, dice “El amor no se dirige a lo bello, sino a concebir y nacer en lo bello”. Es decir, el amor no encuentra sentido en las cosas ya hechas, completas y terminadas (amor narcisista), sino en el impulso de participar en la construcción de esas cosas.

En la construcción de la belleza. Es un amor puro de entrega total por el otro. Es como perseguir el “ágape” (amor de caridad al prójimo) cristiano por el que debemos ir en su búsqueda en el otro. Sin embargo, el amor está cargado de riesgos, porque toda creación ignora cuál será su producto final.

Es evidente que en los términos del concepto de amor objetal (afecto similar al de madre-hijo) de Freud o el amor de completud (encontrar la auténtica otra mitad) de Platón los enamorados estarían embelesados ante un reencuentro con el ser amado por tratarse de un amor que configura a dos personas como unidad perfecta, donde el amor es el anhelo de querer y preservar al ser querido en una entrega total.

En tanto, los amores narcisistas han quedado al descubierto inevitablemente con la epidemia, cuando en muchos países de pronto y sin previo aviso “los amorosos narcisistas”. En pareja, han explotado al reencontrarse como extraños en su propia casa. ¡Qué barbaridad! seres que nunca se amaron y únicamente han decidido convivir en una sana distancia que nada tiene que ver con el amor.

Es ilustrativo en este caso el dato estadístico del país de China, el cual encontrándose en proceso de control de la epidemia por coronavirus, existen cifras objetivas que una vez concluida la cuarentena permaneciendo en casa, conviviendo juntos, redescubriéndose, se han tramitado más de trescientos procesos de divorcio con cerca de veinte solicitudes diarias del mismo trámite ante los tribunales. ¿De qué se percataron estos amorosos narcisistas?, ¿seguirán buscando nuevos amorosos con quien pactar otro intercambio de intereses?, ¿encontrarán?, ¿es posible redefinir el amor en nuestra cultura?

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