De hombre a hombre te lo digo: soy feminista. Un segmento del feminismo asegura que los hombres no podemos ser feministas. Rechazo esa idea. Creo que podemos, y debemos serlo. En este sentido, coincido con lo que dice la feminista española Clara Serra: “El requisito para formar parte del feminismo es querer una sociedad más justa, no tener un determinado género”.
Sostengo que eso es injustificado e injusto, y que por lo tanto, nosotros estamos obligados a reivindicar sus derechos y apoyar con firmeza el avance de las mujeres en todos los ámbitos de la vida.
Eso es lo justo, porque la violencia, la discriminación y la marginación de las mujeres sigue siendo hoy día una detestable realidad.
Lo vemos en aquellas que después de una jornada laboral tienen que realizar solas el trabajo del hogar, en lo que se conoce como “la doble jornada”. ¿Qué hace suponer que los hombres no debemos realizar trabajos del hogar, o que eso es de mujeres, o que es femenino, o que cuando eventualmente lo hacemos, “les estamos ayudando”, como si no fuera nuestro propio hogar, o el de nuestras propias hijas e hijos?
Lo vemos cuando alguna, por más esfuerzo que haga, por más que se prepare y brinde resultados, no puede superar cierto nivel en la estructura de la organización en la que trabaja, en lo que se conoce como “el techo de cristal” o “el piso pegajoso”.
Lo vemos cuando muchas de ellas son víctimas de acoso sexual en sus trabajos, en la escuela, o, en la calle en lo que se conoce como “acoso sexual callejero”. ¿Quién o qué nos ha dado el derecho de ofenderlas, de insultarlas, de invadir su intimidad, de humillarlas, de cobardemente ponerlas en una situación de incomodidad o de miedo? No, no es un alago, no es un piropo, es una majadería, y es un abuso.
Lo vemos cuando tratamos de explicarles cosas que entienden igual o mejor que nosotros, en eso que se conoce como “mansplaining”. ¿De dónde viene ese complejo de superioridad que nos hace creer que siempre sabemos más que ellas?
Lo vemos cuando asumimos que “están locas”, que son “histéricas”, que “andan en sus días”, que son “sentimentales”. Hemos llegado al extremo de convencer a muchas de ellas de todo esto en eso que se llama “gaslighting”. ¿Por qué nuestras dudas e indecisiones, nuestros miedos y cambios de opinión, nunca se asocian con locura? ¿por qué solo ellas?
Los vemos cuando de plano nos apropiamos de sus ideas, obras o proyectos, en lo que se denomina “bropriating”. ¿Por qué una idea solo puede resultar buena o genial si proviene de un hombre? ¿por qué no somos capaces de reconocer esa capacidad en una mujer ni siquiera cuando lo demuestra con inteligentes planteamientos?
Pero bueno, muchas otras formas de discriminación y violencia se podrían mencionar, como las formas del lenguaje y su famoso “masculino genérico” que se inventó para invisibilizarlas; pero hay una que es atroz: la violencia de género que se traduce en violación y en feminicidio. ¡Miles de mujeres son asesinadas cada año, por el solo hecho de ser mujeres!
Conviene aquí recordar las palabras de Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el bando del opresor”. Por eso no soy neutral; por eso soy feminista, y de hombre a hombre, te invito a serlo también.